In memorian

Estudiosos/as de la historia del caballo de paso fino puertorriqueño están de acuerdo en que las mujeres siempre han estado presentes en este deporte. Al parecer nunca ha habido discriminación por género en el uso del caballo como medio de transporte, de paseo o de diversión, excepto por la manera de montar. De hecho, uno de los cuadros más conocidos del pintor puertorriqueño de siglo XVIII, José Campeche, lo es Dama a caballo. En la descripción que hace Abbad y Lassiera sobre la confusión y el tropel de las corridas de caballo en San Juan, dice: “Las mujeres van con igual o mayor desembarazo y seguridad que los hombres, sentadas de medio lado sobre sillas a la jineta, con sólo un estribo. Llevan espuelas y látigo para avivar la velocidad de los caballos, de los cuales algunos suelen caer muertos sin haber manifestado flaqueza en la carrera."[1]
Durante las fiestas patronales en Puerto Rico se celebraban competencias de paso fino durante esos días y para las décadas del 40, 50 y 60, se tiraba arena en la calle principal y se hacían competencias de anillas y de bellas formas. Las calles se abarrotaban de público y los balcones de las casas se convertían en los mejores palcos para disfrutar el espectáculo.[2] Los más bellos ejemplares se exhibían ese día. Las hijas de muchas familias reconocidas de la Isla y amantes del caballo de paso fino participaban en estos eventos.
Una de esas amazonas lo fue Margó Balseiro quien llegó a ganar 86 copas. Nació en Santurce y se crió junto a sus dos hermanas, Mercedes y Gloria en una finca en Barceloneta llamada la Búfalo que producía unas toronjas muy ricas que se vendían al Vaticano e inclusive a la reina de Inglaterra. Su papá poseía una enorme cuadra de caballos para el disfrute de la familia. Tanto el papá como la mamá montaban a caballo. De hecho, su mamá comenzó a montar caballo de lado. Margó fue la que más se entusiasmó con este deporte. Su primer ejemplar de paso fino fue una hermosa yegua que le vendió un jibarito por cinco dólares y cuyo andar lateral en cuatro tiempos muy definido la cautivó desde el primer instante que la vio.[3] En la finca tenían trabajadores para atender los caballos y cuando se fundó la Asociación de Caballos de Paso Fino uno de los seis hermanos de la familia Ledeé se fue a trabajar con ellos.
` Margó viajó la Isla montando a caballo. “En las fiestas patronales de los pueblos se dejaba un día para dedicárselo al caballo de paso fino. Las mejores fiestas eran las de Arecibo. Esas fiestas las organizaba don Lorenzo Irizarry. Al final del día se daba un baile en el casino con las mejores orquestas. Recuerdo que siempre tocaban el paso doble, Mi jaca, que hasta los caballos lo disfrutaban. A los caballos les encanta la música y cuando la escuchan se ponen muy coquetos,” contó Margó en una entrevista.
En el año 1946 participó en una competencia en Santo Domingo. De hecho, guardó todos los recortes de periódico que reseñaron la actividad y donde ella aparece en primera plana. Narró: “Fueron dos días de actividades, nos trataron muy bien. Había cerca de 400 puertorriqueños con sus caballos de paso fino. Tenían parafreneros todo el día dándoles brillo a los caballos. Luego de mi actuación y de regreso al hotel donde me hospedaba con mi mamá recibí un enorme ramo de flores de parte de Trujillo.”
“Los dueños de caballos de paso fino le pedían a mi papá que yo les montara sus caballos. A veces nunca podía montar el mío. Yo nunca tomé clases, la intuición y mis papás me enseñaron a montar,” siguió diciendo. “Mis trajes de montar me los cosía un sastre en San Juan y en Nueva York, en la tienda Abercrombie & Fitch, compré el sombrero, los guantes, las botas y la fusta.”
Cuando Margó hablaba de los caballos de paso fino sus ojos le brillaban y deleitaba a todos/as con sus recuerdos. El mes pasado su espíritu alzó vuelo a los cielos. Con este escrito queremos perpetuar su memoria. ¡Te recordaremos siempre!
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